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Esta vida es un viaje.
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Vamos de estación en estación, no siempre hacia delante. Cambiamos de tren, saltando de vagón en vagón. A veces nos pasa alguno por encima y quedamos entre vía y vía destrozados, con el estrépito de los viajes de otros en los oídos y el yo hecho pedazos. Te recompones y, aún lleno de grava, trepas a otro tren en dirección a alguna parte.
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Un día paras en un vagón cualquiera del último tren que te ha tocado y te sientas.
Solo un momento.
No subes la mochila al portaequipajes porque no vas a quedarte.
¿Ventanilla o pasillo? Pasillo, así es más fácil salir.
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A tu lado hay otro viajero, también de paso. «¿Usted de qué estación viene? ¿A dónde va?…»
El viaje sigue y te acomodas.
A veces te levantas a estirar las piernas y recorres el tren. Enganchan nuevos vagones, sueltan otros. Luego vuelves y retomas la conversación a medias con tu compañero de asiento.
Otros viajeros suben y bajan de tu vagón. Conoces gentes. El viaje es ameno.
La mochila sigue ahí, pero empujada a un lado.
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Y un día miras junto a ti… Tu acompañante sigue ahí. Se ha dormido, te ofrece una cerveza, se ríe de algo que has dicho, charla con otra persona, te susurra en la noche, mira el paisaje…
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Llevas compartiendo viaje un año.
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Esta entrada debió publicarse el sábado 4 de junio, pero el editor del blog decidió que pa’ qué.
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Y sabes siempre donde hay una «estación» para parar y que alguien te coja de la mano cuando bajes… no será ni el mas guapo, ni el mas educado, pero es alguien que siempre que pases por alli y bajes, te dará la mano y te dirá, me alegro de volver a verte. Un calido beso