El SM es aterrador.

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“Soy una sádica. El término educado es top, pero no quiero utilizarlo. Desdibuja mi imagen y mi mensaje. Si alguien quiere saber de mi sexualidad, puede tratar conmigo en mis propios términos. No me preocupa lo más mínimo ponerlo fácil. El SM es aterrador. Al menos ahí radica la mitad de su sentido. Escogemos las actividades más alarmantes, repugnantes o inaceptables y las convertimos en placer. Nos servimos de todos los símbolos prohibidos y de todas las emociones que se repudian. El SM es una blasfemia deliberada, premeditada, erótica. Es una forma extrema de sexo y de rebeldía sexual.”

(«Un lado oscuro de la sexualidad lésbica», Pat Califia. En «Estudios sobre la dominación y la sumisión».)

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Me fascina la naturalidad, la complicidad que entre practicantes se establece a la hora de bromear y convertir en chuchería, en pequeño placer deseado, cualquier escena y fantasía. Los juegos de palabras en twitter, las bromas entre amigas, la desmitificación y apropiación del infierno. De un plumazo lo cubrimos de brillantina y luces rosas. Somos expertos incluso en volver romántico y empalagoso lo más terrible. La sangre que brota, escurre y salpica; los colores morados, verdes, rojos y amarillos en la carne golpeada; los fluidos, la orina y el semen manchando la piel, la saliva escupida sobre un rostro arrebatado, el maquillaje corrido…

Qué bonito. Qué divertido. Qué suerte. Qué de emoticonos y corazoncitos…

El SM es aterrador… y lo volvemos ternura a veces. Porque también lo es. Y un juego. Inocente como una bolsa de palomitas.

Por eso hay que tener cómplices que bromeen sobre los excesos y comprendan al ver tus heridas el placer y la intensidad que esconden. Que puedan traer contigo todo a lo superficial, lo banal y cotidiano, y al tiempo respetar profundamente las sensaciones y honduras que implica. Sin aspavientos ni dramas. Compartir.

 

(Reflexión a medio hilar surgida según leía…)

lena.

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